martes, 20 de noviembre de 2012

LA FIBRA SENSIBLE

Debo tener un desfibrilador emocional, porque existen asuntos que, por más que les doy vueltas en mi humilde cabezón, me confirman que las incongruencias son la definición básica de las personas.

Para entendernos, un ejemplo. Circulan cientos de fotos de personas buscando comida en los contenedores de basura. Mi reflexión es clara: alguien saca la foto, pero no se le ocurre ofrecer comida a esa persona. Incongruente, ¿no?

Otro ejemplo: cantamos a la paz mundial pero no toleramos la diferencia en nuestros propios familiares. Otra incongruencia, vaya por Dios.

Un momento, que estoy prolija en ejemplos del asunto. Llevo un cartel protestando por las hortalizas transgénicas pero me alimento de agricultura ecológica que es transgénica (lo de ecológico, que quede claro, es porque no se usan pesticidas; la información es poder).

Ahí va otra: utilizo un espacio público para interpretar mi música como protesta y reivindicando su uso libree por parte del ciudadano de a pie, pero aprovecho para vender mis discos. Vale, no es incongruente, sino hipócrita. Pero pega bastante con el asunto.

Vivimos en una época rica en este tipo de detalles, que cada vez suscitan mi rechazo con mayor intensidad. Al menos yo reconozco que uso fibras sintéticas (son más económicas, a ver si está la cosa para caprichos), no reciclo porque me importa un comino el calentamiento global y, viendo las futuras generaciones, pensando en que se reproduzcan, no les voy a dejar un mundo facilito. Sin embargo, prefiero tratar con educación a las personas, y con respeto. No me gusta ir gritando por las calles ni tirar basura al suelo, ni hacer mis necesidades fisiológicas más básicas en las esquinas ni los portales, ni ofender a los demás llevando una teta al aire (y no es que me ofenda a mí, pero se entiende que hay personas a las que parece una falta de respeto, y lo es). Tampoco intento convencer a nadie de mi opinión. La manifiesto, eso sí, porque reivindico mi libertad de expresión, aunque respeto las opiniones divergentes. Jamás llamaría a una persona facha o rojo en tono despectivo, por ejemplo, algo muy frecuente en demasiadas personas cuando escuchan opiniones que chocan frontalmente con las suyas. Vaya, sin quererlo, otra incongruencia.

Eso sí, que nadie se preste a confusión, puesto que soy la primera en confirmar que soy incongruente. Lo soy. Efectivamente. Pero al menos lo admito.

Veremos lo que nos deparará la sociedad más enfermiza e hipócrita de la Historia. Y no por efecto de la crisis económica, que no es más que una consecuencia de esa hipocresía globalizada.

lunes, 5 de noviembre de 2012

MENEA EL BULLARENGUE

Debo aclarar que la elección de la canción de Siniestro Total tiene su razón obvia debido al tema a tratar: el fenómeno fan. A pesar de que el mundo de la música (por llamar de alguna forma lo que hacen ciertos especímenes que acaparan el 90% de esas chirriantes criaturas que se denominan, habitualmente, con el término de fan), quiero representar aquí a esos individuos que se declaran fervientes seguidores de cualquier artista, músico, escritor, actor,...

El fenómeno fan se diferencia del mero seguidor en que es fanático y no tolera premisas que se salgan de lo dictado por su admirado. El fan carece de sentido crítico: cualquier canción interpretada por su ídolo es una obra maestra y es imposible sacarle de su error sin padecer una retahíla de justificaciones a cual más inverosímil.

Desde la locura que desencadenó Rodolfo Valentino en su época hasta las hordas de adolescentes enloquecidas con su furor uterino, este fenómeno no es más que un resultado más de la era de consumo humano en la que vivimos sumergidos. El objeto de seguimiento fanático se convierte en objeto a consumir hasta que se convierte en un muñeco roto de la industria o en un icono si muere joven. No conozco una tercera opción, a excepción de algunos que han optado por enfrentarse a sus huestes y se han reinventado (véase el caso Williams, por ejemplo).

No obstante, pocos de estos objetos de consumo bípedos escapan a su destino de "usar y tirar".

En la actualidad y a medida que nuestra era consumista ha evolucionado al ritmo que involuciona el ser humano como humano, el fenómeno fan ha ido generando multitudes de objetos de consumo, especialmente en el campo de la música. El caso de Justin Bieber es quizás el más criticado por una servidora por lo dramático: un niño convertido casi en un icono sexual y mediático al que se le atribuyen valores simplemente adjudicados por la fama. Resulta preocupante en tanto en cuanto se pueden observar a mujeres que superan con creces la veintena que pierden las bragas por una criatura cuyo aspecto físico equivale a un niño de once años.

Si seguimos observando a los sujetos que despiertan la efervescencia uterina femenina, nos daremos cuenta de que todos y cada uno de ellos aparentan la eterna adolescencia: desde los vampiros y hombres-lobo afeminados de la saga Corpúsculo hasta los Bieber y grupos varios de adolescentillos menea-bullarengues. Ninguno aparenta la mayoría de edad.

Quizás por esa razón me parece cada vez más increíble que padres dignos y dignísimos permitan que sus hijitas arrojen las bragas entre chillidos e hipidos ante los aeropuertos mientras esperan que un niñato las fecunde visualmente bajo el falso despeinado que sus asesores de imagen han descubierto como el máximo exponente de sensualidad (puaj). Me pregunto si esos padres se sienten especialmente orgullosos de que la única aparente aspiración de sus pequeñas protoputillas sea la búsqueda de algo más que una tena lady bajo los pantalones "cagaos" de sus ídolos. Me pregunto, además, si se detienen alguna vez a pensar en que los únicos valores que transmiten a sus meretricillas en ciernes es que se triunfa según el desnivel del meneo anal o la capacidad de poner morritos de felación.

Nunca entendí cómo hay padres que permiten que sus hijitas falten a clase por ir a recibir a uno de estos engendros mercantiles a un aeropuerto, pero luego acuden a los colegios e institutos en modo vociferante por la mínima incidencia con un profesor (el típico "ha suspendido usted a mi criatura" es paradigmático; quizás si la criatura no hubiera dedicado el fin de semana a ir rodando por las calles botellón en mano...).

Nunca entendí cómo una persona asocia hasta el extremo lo dicho por un autor con su virtud casi divina. Hasta Gandhi tuvo sus momentos cabroncetes, y Buda, y Jesús. Estoy segura. Por tirar piedras en mi tejado, a pesar de que me siento afín a muchas cosas que dijeron en su momento Einstein y Fromm, no significa que diga amén a cada una de sus palabras ni que me vaya a pegar con una persona que difiera.

Por ello, el fenómeno fan es una cuestión más de tantas que definen la sociedad enferma en la que vivimos. Pero definen algo más: la sociedad enferma que nos queda por vivir. Y si no me creen, siéntense y observen a su alrededor.

jueves, 1 de noviembre de 2012

QUIERO PIRULAS, DOCTOR

No podía ser de otra forma. Dos medidas del Gobierno, una a nivel nacional, otra ya implantada en Barcelona que secunda la Comunidad de Madrid. Iré por partes.

Sin entrar en detalles como que, posiblemente, se trata de una maniobra de "una de cal, otra de arena" o cortina de humo, aplaudo la decisión de extinguir ese privilegio que eximía de responsabilidad penal a políticos y sindicalistas. Muy evidente y mucho habían tardado, aunque conociendo la fauna que nos representa, tanto a nivel político como sindicalista (dios, dios, dios, ¿de verdad alguien escucha a Méndez o Toxo hablar sin contener una carcajada o un instinto asesino?), no puedo reprimir la sorpresa.

Sin embargo, el tema del copago sanitario, de pagar un euro simbólico por receta, algo de lo que quedan eximidos ciudadanos con rentas inferiores al salario mínimo y personas sin ingresos, a pesar de lo polémico, me parece otra medida necesaria.

Quietas, fieras, que todo tiene su explicación. ¿Quién no conoce a la típica abuela que pasa sus mañanas en la sala de espera del centro de salud y acumula medicamentos en casa que jamás utiliza o que reparte entre familia y amigos? ¿es suficiente para aplacar la indignación popular? Lo dudo, pero el gasto que supone ese derroche de medicamentos es muy reseñable.

He visto en más de un hogar españolito tirar cajas enteras de ibuprofeno caducado, sacado de armarios de baño repletos de cajas enteras de ibuprofeno por caducar, de paracetamol, y otras pirulas destinadas al mismo fin contaminante de ser arrojadas sin miramientos a la basura.

Esa escena es tan típicamente española como las cogorzas de fin de semana de adolescentes. Por supuesto, se avecina una oleada de abuelos con síndrome de Diógenes sanitario protestando por las calles, pues parten de la filosofía del "¿y si me enfermo dentro de dos días y necesito ibuprofeno?". Pues señor o señora, vaya al médico y que se lo recete, pero dudo que necesite tener la farmacia entera en casa según supuestos o posibilidades.

Ese tipo de medicamentos sale bastante económico, de hecho, una menda lerenda los compra sin receta y no es que ande muy boyante en mi economía doméstica. Ese cambio es necesario a nivel nacional, y supondría un ahorro importante. Obviamente, en caso de enfermos crónicos y personas de escasos o nulos ingresos no se puede permitir el copago. Eso es de cajón.

Sin embargo, el efecto disuasorio de esta medida evita que se sature la sanidad pública y evita el gasto innecesario que produce el afán acumulador de mucha gente y que las salas de espera de los centros sanitarios continúe siendo lugares para pasar el rato.

¿O es que soy la única que ha padecido las esperas interminables en las salas de espera saturadas de gente que, escuchando su monólogo, pasa día tras día allí sin necesidad (ojo, que todos sabemos la tipología humana de la que hablo y no es general), como un simple resfriado? Esto lo hemos padecido todos. Estoy segura.

En fin, a ver si sirve para reducir el cachondeo que nos hemos traído en estos años. A ver cuánto tardan en patalear.