lunes, 5 de noviembre de 2012

MENEA EL BULLARENGUE

Debo aclarar que la elección de la canción de Siniestro Total tiene su razón obvia debido al tema a tratar: el fenómeno fan. A pesar de que el mundo de la música (por llamar de alguna forma lo que hacen ciertos especímenes que acaparan el 90% de esas chirriantes criaturas que se denominan, habitualmente, con el término de fan), quiero representar aquí a esos individuos que se declaran fervientes seguidores de cualquier artista, músico, escritor, actor,...

El fenómeno fan se diferencia del mero seguidor en que es fanático y no tolera premisas que se salgan de lo dictado por su admirado. El fan carece de sentido crítico: cualquier canción interpretada por su ídolo es una obra maestra y es imposible sacarle de su error sin padecer una retahíla de justificaciones a cual más inverosímil.

Desde la locura que desencadenó Rodolfo Valentino en su época hasta las hordas de adolescentes enloquecidas con su furor uterino, este fenómeno no es más que un resultado más de la era de consumo humano en la que vivimos sumergidos. El objeto de seguimiento fanático se convierte en objeto a consumir hasta que se convierte en un muñeco roto de la industria o en un icono si muere joven. No conozco una tercera opción, a excepción de algunos que han optado por enfrentarse a sus huestes y se han reinventado (véase el caso Williams, por ejemplo).

No obstante, pocos de estos objetos de consumo bípedos escapan a su destino de "usar y tirar".

En la actualidad y a medida que nuestra era consumista ha evolucionado al ritmo que involuciona el ser humano como humano, el fenómeno fan ha ido generando multitudes de objetos de consumo, especialmente en el campo de la música. El caso de Justin Bieber es quizás el más criticado por una servidora por lo dramático: un niño convertido casi en un icono sexual y mediático al que se le atribuyen valores simplemente adjudicados por la fama. Resulta preocupante en tanto en cuanto se pueden observar a mujeres que superan con creces la veintena que pierden las bragas por una criatura cuyo aspecto físico equivale a un niño de once años.

Si seguimos observando a los sujetos que despiertan la efervescencia uterina femenina, nos daremos cuenta de que todos y cada uno de ellos aparentan la eterna adolescencia: desde los vampiros y hombres-lobo afeminados de la saga Corpúsculo hasta los Bieber y grupos varios de adolescentillos menea-bullarengues. Ninguno aparenta la mayoría de edad.

Quizás por esa razón me parece cada vez más increíble que padres dignos y dignísimos permitan que sus hijitas arrojen las bragas entre chillidos e hipidos ante los aeropuertos mientras esperan que un niñato las fecunde visualmente bajo el falso despeinado que sus asesores de imagen han descubierto como el máximo exponente de sensualidad (puaj). Me pregunto si esos padres se sienten especialmente orgullosos de que la única aparente aspiración de sus pequeñas protoputillas sea la búsqueda de algo más que una tena lady bajo los pantalones "cagaos" de sus ídolos. Me pregunto, además, si se detienen alguna vez a pensar en que los únicos valores que transmiten a sus meretricillas en ciernes es que se triunfa según el desnivel del meneo anal o la capacidad de poner morritos de felación.

Nunca entendí cómo hay padres que permiten que sus hijitas falten a clase por ir a recibir a uno de estos engendros mercantiles a un aeropuerto, pero luego acuden a los colegios e institutos en modo vociferante por la mínima incidencia con un profesor (el típico "ha suspendido usted a mi criatura" es paradigmático; quizás si la criatura no hubiera dedicado el fin de semana a ir rodando por las calles botellón en mano...).

Nunca entendí cómo una persona asocia hasta el extremo lo dicho por un autor con su virtud casi divina. Hasta Gandhi tuvo sus momentos cabroncetes, y Buda, y Jesús. Estoy segura. Por tirar piedras en mi tejado, a pesar de que me siento afín a muchas cosas que dijeron en su momento Einstein y Fromm, no significa que diga amén a cada una de sus palabras ni que me vaya a pegar con una persona que difiera.

Por ello, el fenómeno fan es una cuestión más de tantas que definen la sociedad enferma en la que vivimos. Pero definen algo más: la sociedad enferma que nos queda por vivir. Y si no me creen, siéntense y observen a su alrededor.

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