miércoles, 31 de octubre de 2012

MUNDO IDIOTA

El título no podía ser otro, por el tema a tratar: el nacionalismo. Sin discriminación, desde el nacionalismo, canario, catalán, vasco, doméstico hasta el nacional.

Una carta desde la Unión Europea en la que se dice con rotundidad una obviedad, que es la de que, si Cataluña se independiza, sale de la Unión, me ha motivado. Mundo idiota, porque hay que ser como mínimo idiota para no saber eso, algo de cajón. ¿O es que alguien pensaba lo contrario?

Partamos del origen de todo nacionalismo: el nacimiento de esta... ¿ideología? fue fundamentado por el interés de una clase acomodada de apropiarse los dineros del pueblo para sí y que no fueran desviados a un gobierno o monarquía centralizados. Su evolución a lo largo del siglo XX ha sido la misma, variando en escasos matices.

Se resume, en la actualidad, en una clase elitista que se agrupa en una clase política que busca el enriquecimiento personal. Hay que ser medio tonto para creerse que el interés radica en hacer revertir esos ingresos en el pueblo, porque no es así. Hay que ser medio tonto para pensar que un país escindido y convertido en independiente no precisa, aparte de una política interna, de otra internacional, un respaldo que se retira cuando hablamos de un espacio que repentinamente queda como una Andorra relativamente grande.

No sé si mis paisanos canarios, los catalanes, los vascos, y tantos otros quieren eso realmente o se lo han planteado en serio, porque, si es así y siguen deseando esa tontería, pues se definen como idiotas. No hay más.

Mal que nos pese (a mí no me pesa, pues soy consciente de que, en la actualidad, somos una provincia de eso que se llama Europa), la tendencia europea es la de unirse como un país grandecito, un estado que avanza hacia la unidad económica, fiscal, bancaria, cultural... Teniendo en cuenta que eso implica la apertura de fronteras, por poner un ejemplo, el nacionalismo independentista es, inevitablemente, una estupidez insensata.

No me importaría que se realizara un referéndum, aunque sería injusto para tantas personas que tienen el mismo derecho a llamarse catalanes y se sienten españolas. Pero no deja de causarme curiosidad, porque los acontecimientos serían evidentes: Cataluña fuera de Europa significa cierre de fronteras, política de aduanas (pregunten a los canarios acerca de esto, sobre todo a los empresarios, que la cosa tiene miga y es vergonzosa, pues el nacionalismo canario se ha sacado de la manga un impuesto especial por el que enviar mercancía allí sale por un huevo y parte del otro, lo que repercute de forma muy negativa en la economía insular; eso sí, los políticos nacionalistas viven de puta madre), significa falta de respaldo de un ente mayor, significa quedar a expensas de una clase política adinerada de corte aristocrático.

Sería como si un grupo de trabajadores quedara a expensas de un jefecillo cuando la empresa grande para la que trabaja se divide.

Mundo idiota que, a estas alturas, todavía sigue en la caverna. Bah.

miércoles, 24 de octubre de 2012

YO, HUMANO

Quizá fue producto de un exceso de vino, lo desconozco. La Historia no nos ha transmitido si el amigo Rousseau se encontraba a las puertas de una fonda cuando dijo eso de que el hombre es bueno por naturaleza.

La bondad y la maldad son términos que se han utilizado al instaurarse la sociedad como forma de vida en el ser humano, para definir los límites del libre albedrío y diferenciarnos del comportamiento instintivo e irracional del mundo animal.

En mi peculiar conceptualidad, el carácter bondadoso o maligno son identificados también por la dualidad de lo sano y lo insano, puesto que, en muchas ocasiones, lo malo para mí es bueno para otro. Sin embargo, hay aspectos que son indudablemente buenos/sanos o malos/insanos. El asesinato, por ejemplo.

Generalmente, esa caracterización, cuando la implantamos, suele depender del contexto en el que se genere o produzca el objeto. Un robo es malo, en principio, pero no es catalogado como tal si se trata de un hombre desesperado por el hambre de sus hijos que roba un trozo de pan. Al igual que una limosna a un pobre es bueno, pero no es tal si va acompañado de un gesto de desprecio.

Es todo muy relativo. Pero son circunstancias que no debería hacer falta matizar.

Todos somos conscientes de nuestros actos, exceptuando sujetos que padecen alguna patología que inhabilita la consciencia. No existe excusa para hacer el mal per se, por mero placer.

Nunca he sido especialmente amante de mi especie, por razones que se obvian en el día a día y que se reafirman con la lectura de la Historia Universal, ya no digo nada de la lectura de la prensa. Sin embargo soy capaz de apreciar que la degeneración del humano como ser humano social, que se ha producido especialmente en las últimas décadas y que tiene visos de convertirse en una catástrofe sin precedentes, sólo puede revertirse con un cambio profundo desde cada individuo en su forma de vivir, actuar, pensar.

Se precisa un cambio global desde la individualidad. El individuo es responsable de sus actos hacia sí mismo y hacia su entorno. Debe suscribir un pacto consigo mismo de esfuerzo por actuar con respeto hacia su persona y hacia los que le rodean. Ese pacto brilla por su ausencia y es fundamental para producir un cambio sustancial en una sociedad que se derrumba y aliena.

Y me pregunto, una vez llegada a esas conclusiones tan evidentes, si es posible que suceda. Dudo que yo vea ese cambio. Moriré mucho antes.

Dudo también que la generación que viene tras la mía lo vea también y temo que no sea factible hasta unas tres generaciones posteriores, por el daño irreparable de algunos sistemas educativos que se vienen padeciendo.

Pero es posible. El cambio empieza en uno mismo. ¿Por qué no hacerlo aunque nadie nos acompañe en ese largo camino?


martes, 23 de octubre de 2012

GREY Y SU SÉQUITO DE VÍCTIMAS POTENCIALES

Me lo he pensado varias veces, pero esta entrada debía ser escrita desde hace tiempo. Para ser más concreta, debería haberla escrito cuando cometí el error de empezar a leer el bodrio de las Sombras de Grey.

Comencé a leerlo, lo reconozco, sin demasiado entusiasmo. La reseña me había puesto un poco en guardia y la lectura del libro no hizo más que confirmar mi sospecha: libros que exaltan la relación con un maltratador psicológico.

Y habrá personas que piensen que exagero, pero no es así. El tal señor Grey es un maltratador. Me da igual su sexo. Blanco y en botella... no puede ser más obvio.

Han calificado esos panfletos de porno para mujeres y ahí viene mi reflexión. Me pregunto en qué piensan mis congéneres cuando leen sobre un tipo que le da al asunto sadomasoquista y hace de amo de una idiota.

Claro que me dirán que estando de acuerdo dos adultos todo es posible y sano. No, rotundamente no.

¿Sano? ¿Es sano sentir placer físico en herir o ser herido? Partamos de la definición del maltrato psicológico y físico: el insulto, la vejación, la humillación, la amenaza, el golpe, la bofetada... Todos esos son rasgos comunes del maltrato. De hecho, una de las características más brutales es que la víctima lo tolera, muchas veces por miedo, otras por normalización de la violencia.

Para cualquier ser humano con un mínimo de sesera el asunto del sadomasoquismo no es una cuestión de libertad sexual, sino una patología deshumanizadora, que promueve la normalización de la violencia y que sienta un peligroso precedente. ¿Cómo podrá defenderse una víctima, sea cual sea su género, de la humillación a la que ha sido sometida si su agresor o agresora aducen que realizaban este tipo de prácticas?

No es libertad sexual. Es una esclavización enfermiza. Un sujeto se pone cachondo golpeando a una víctima que se pone cachonda siendo golpeada. Ambos sujetos deberían asistir a una terapia psicológica para dilucidar el origen de sus respectivas patologías. Y estoy segura al cien por cien de que, si lo hicieran, se sorprenderían.

No es sano. Y no es normal. Si lo fuera, entonces no existiría el maltrato, puesto que muchas personas que sufren abuso han normalizado sus situaciones hasta el punto de tolerar su progresiva destrucción.

He escuchado personas que justifican con absoluta tranquilidad ese tipo de prácticas, sin pestañear, y no puedo dejar de evitar pensar que aquél o aquélla que disfrutan sexualmente de la violencia deben sentir un placer tal cuando ven imágenes aterradoras en otros contextos. Y eso es preocupante. Es enfermizo.

Teniendo en cuenta que, como cualquier otra adicción, suele ir "in crescendo", me pregunto dónde está el límite de la libertad sexual con respecto al delito. Un sádico ya no siente placer con las prácticas más inofensivas y va sumando humillación o dolor con el paso del tiempo. De hecho, no nos es extraño cuando han aparecido personas que se han autoasfixiado con bolsas. Y he escuchado a unos llamar eso enfermizo mientras justifican el sadomasoquismo. ¿Cuál es la diferencia? Quizás las botas de "chúpame la punta" sean estéticamente más atractivas, pero las prácticas son igualmente sórdidas e insanas.

Y proliferan. Se extienden a la misma velocidad que la carencia de valores humanizadores, a la misma vez que se extienden las conductas perversas, o se extienden las sociopatías.

¿De verdad somos tan gilipollas e hipócritas como para cerrar los ojos ante una realidad como ésta? ¿De verdad somos tan necios como para identificar una patología con un asunto de libertad?

domingo, 21 de octubre de 2012

ESTUPIDIARIO I. GAFAS DE PEGA

Cuestión de tiempo y cierta observación. Nueva sección porque lo merece, tal es la fauna humana y su variopinta gilipollez.

Mis primeros estúpidos son esa extraña subespecie que adorna su napia con gafas sin lentes. A pesar de los innumerables chascarrillos que generan, proliferan por todas partes aunque no debería extrañarme, tal es la virulencia y capacidad contagiosa de la imbecilidad en este país.

Imagino que la cosa empezó con algún famosete anormal que decidió ir de moderno pensando que una extravagancia le proporcionaría una portada, y decidió que era más fácil ponerse unas gafas de pega a tirarse por un puente. Supongo.

O una actriz de segunda venida a menos y harta de pelarse las rodillas por un papel, sin un fragmento de piel libre de silicona, que decidió la idiotez máxima como motivo de notición.

Lo desconozco. Y no es relevante, ciertamente. La cosa es que ahí están, hordas de gilipollas portando gafas de mentira para ir de modernos. Y yo me pregunto: ¿qué es ser moderno? ¿Acaso la casta cani y choni no es moderna? No existían hace veinte años, al menos no en esa forma que tanto nos revuelve las tripas. Antes escuchaban Camela, ahora escuchan... vale, Camela, pero también al Justin Bieber de las narices. Evolucionan.

La caspa evoluciona. Los imbéciles de las gafas de pega son los que antiguamente vestían hombreras de medio metro y calentadores. Eran horteras. Así se les llamaba.

La horterada se ha refinado, eso sí. Ahora se le llama modernidad. Yo lo llamo gilipollez. Simple terminología.

Lo siguiente se me escapa, pues mi bola de cristal está un poco empañada últimamente, pero ya comienzo a imaginarlos con un bastón de Antonio Gala sin necesidad de llevarlo, sólo por esnobismo, o un collarín como los de los perros, lo que facilitaría su ahogamiento por alcohol para olvidar su propia imbecilidad.

Se admiten apuestas. ¿Qué será lo próximo?

martes, 16 de octubre de 2012

HACIENDO AMIGOS CINÉFILOS

España ha sido cuna de grandes literatos, escritores, músicos (sí, sí, en nuestra peculiar escala pero hemos tenido compositores ilustres), y maravillosas cabezas pensantes de la ciencia. Indiscutible.

Es un país, no obstante, de contrastes brutales: pasamos del extremo de Berlioz a la cutrez de nuestra música popular (véase basura como la Macarena y nos entenderemos todos).

El cine no podía ser menos. El cine español es, a grandes rasgos, pura bazofia impresentable. Los escasos directores de calidad salen huyendo despavoridos de un país que financia tanto la roña más infecta como las grandes obras del cine patrio a golpe de subvención pública.

Sin embargo, ahora les recortan gastos y no se financiará apenas a cuatro gatos, que me imagino serán los mismos de siempre. Eso sí, ahora están todos lloriqueando por las esquinas y lamentando que los dineros públicos no costeen lo que antes era una vergüenza.

Pongamos un ejemplo: se rodó una basura llamada "Mentiras y gordas", con dinerito del Estado, es decir, de todos los españolitos. Una cinta de reparto mediocre, para variar, con un guión plagado de esos topicazos que eran uso y costumbre del cine español que marcó una época: putillas adolescentes, drogadictos, borrachos y muchas dosis de sexo cutre gratuito para atraer a un personal ávido de carne (me pregunto si somos de verdad tan tontainas, teniendo en cuenta que para ver cacho basta un click en google). Alguien se pregunta por el guión... ¿Acaso el guión de tal despropósito es necesario? Para mejorar la imagen de la cinta, diré que la que fuera ministra de Cultura estaba detrás de esa roña. La pagamos todos.

Repito y resalto: la pagamos todos.

Y ahora lloriquean mientras la población se las ve y se las desea para llegar, no ya a fin de mes, sino a mediados. Lloriquean protestando por la subida de impuestos de cultura (matizo, cine) pero se quedan callados como putas respecto a los impuestos que afectan a millones de personas.

Y yo, entonces, pienso: vaya, quizás de esta forma el cine comience a necesitar financiación privada, como en la mayoría de países del mundo, y tengan que presentar proyectos cinematográficos de calidad, trabajados y pensados. Y yo, entonces, pienso: vaya, quizás de esta forma se acabe el mamoneo que se ha vivido en el sector, en el que se han financiado mierdas de celuloide de una serie de enchufados, amiguetes y privilegiados, y comiencen a financiarse los proyectos por su calidad.

¿Quién sabe? Quizás es de los pocos recortes con el que estoy tan de acuerdo que se me saltan las lágrimas de emoción. Porque, a ver si despertamos de una maldita vez, nuestro cine es una basura, nuestras producciones televisivas también. ¿De qué demonios se quejan en el sector? ¿Por qué no se quejan de llenar nuestras salas y televisiones de pura basura?

Porque el estado ideal sería el siguiente: presento un proyecto, lo estudian y, si es bueno, se financia. Sin embargo el estado actual era: pido dinero para una película, mi colega dice que sí, y ruedo la primera basura que se me ocurre a ver qué pasa.

Siendo así, espero que la era de "Mentiras y gordas" termine y quede como una etapa sórdida de la cultura de nuestro país. Aunque mucho me temo que los apoltronados encuentren otra forma de seguir chupando del bote público que debería destinarse a aquellos que ya están pasando hambre y desesperanza.

miércoles, 10 de octubre de 2012

PATADÓN CHONI

Hoy he vuelto a escuchar la palabreja y no he podido refrenar el impulso. Aclararé, en primer lugar, que, dentro de mi concepción del español, "choni" es lo mismo que "cani". Es decir, que resumo las subespecies en una más generalizada que engloba la horterada y caspa cañí de la España más profunda y profundizable.

Una servidora padece cierta agorafobia, aunque es más preciso hablar de fobia social controlada. Agoto mi cupo de sociabilidad en el trabajo y, fuera de él, procuro rehuir en lo posible la fauna humana, aunque pueda ser tan adorable como un osito de peluche en el trato. Sin embargo, existen esas subespecies que hacen más difícil la tarea. Divierten, eso sí, puesto que se trata de un reto a la empatía de cualquiera.

La palabreja en cuestión es "descambiar". La palabra existe y significa "deshacer un cambio o trueque". Pero en el contexto de "cambiar un artículo por otro" chirría. Me importa un carajo que esté aceptada, pero chirría tanto que duelen los oídos y me dan calambre los empastes.

Es una palabra apropiada por canilandia, de tal forma que una es incapaz de visualizar a un ser humano pronunciándola sin ver un tanga asfixiado entre unos generosos glúteos, aprisionados por un pantalón de tres tallas inferior al necesario para su propietaria, que masca chicle con la boca abierta cual rumiante alimentándose mientras mira pasar un tren.

Es inevitable.

Pensará alguien que esto es un tema estúpido y sin relevancia, pero hay un trasfondo preocupante tras este asunto. Porque cada vez abundan más. La fauna choni-cani se extiende como el ébola, a una velocidad de vértigo y con unas connotaciones terribles. Desde el lenguaje hasta la moda, las costumbres más rutinarias, los modos y maneras del choniworld han invadido nuestro día a día.

Véase, si no, la moda de las sandalias del esguince, ésas terroríficas que hacen que el pie parezca vendado y que se acompaña comúnmente del anteriormente mencionado pantalón, o ese estilo de conversación de voz chirriante y estridente, con salivazo esparcido mediante chicle torturado. Véanse los hábitos relacionales entre féminas y efebos chonis y canis, el sexismo y ordinariez que los definen en sus formas.

Hace algún tiempo comentaba en este mismo blog que esta gente procrea. Matizo que procrean más, creando hordas de chonis que, muy pronto, relegarán a un rincón de la sociedad aún más oculto a todos los seres humanos, no normales (gracias a Dios eso no existe), sino "humanos".

Ahora reímos. Veremos cuando no encontremos un ser capaz en varios kilómetros a la redonda, cuando sintamos que vivimos "La Invasión de los Ultracuerpos" versión casposa.

Luego diréis que no os lo advertí.

lunes, 8 de octubre de 2012

LA MALDICIÓN DE LOS CIEGOS


La realidad es una entelequia. No existe mayor engaño que nuestros propios sentidos, algo que la ciencia no tenía necesidad de demostrar. 

Por lo tanto, nuestra capacidad de percepción de la realidad está limitada por lo que nuestro cerebro asimila y procesa tras el estímulo que recibe de esos sentidos, que nos engañan por la mera razón de sus limitaciones intrínsecas.
 

Hasta aquí, creo que todo el mundo debería estar de acuerdo. E imagino que tras lo que continúa también.
 

Si tenemos en cuenta todo esto, nos daremos cuenta de que, obviamente, cada ser humano percibe y procesa mentalmente los estímulos externos de forma distinta, sumando una serie de factores que provocan una relativa distorsión de la realidad: desde las patologías mentales hasta la educación recibida, pasando por las experiencias personales que han acontecido en nuestras vidas y factores externos como son los sociales.
 

De ahí, podemos comenzar a sacar ciertas conclusiones, como que cada cultura, por el mero hecho de promover unas costumbres determinadas o educar según sus propios métodos, siempre condicionados por el instinto de supervivencia del sistema social que les sostiene, se rige por una serie de normas de convivencia que pueden no coincidir con otras culturas. Sin embargo, la distorsión moderada de la realidad es un punto en común entre otros.
 

El problema es cuando a esa distorsión añadimos otros factores. En nuestra sociedad tecnológica, los medios de comunicación, sean cualesquiera que sean sus ámbitos de acción, suscitan polémica y preocupación entre distintos sectores, ya sean en el campo de la investigación científica o simplemente religioso.
 

Por un lado, porque asistimos a una decadencia de los valores puramente humanos, con lo que se ha alcanzado un grado de cosificación de la persona tan grave que aumentan los individuos de actitud despersonalizada y parasitaria (basta ver "Hermano Mayor" para asistir a un ejemplo clarificador de este asunto).
 

Por otro, porque ese tipo de actitudes promueven un estilo de vida notablemente perjudicial, tanto física como psíquicamente.
 

Los medios de comunicación presentan unos ideales imposibles de alcanzar, completamente irreales, generando una distorsión aún mayor, si cabe, de nuestra capacidad de analizar y comprender nuestro entorno. Nos generan una burbuja de semiinconsciencia que nos apartan de la experiencia de vivir como individuos autosuficientes y libres.
 

La era tecnológica se caracteriza por haber ido degradando la experiencia de ser y sentir como ser humano.
 

Resulta chocante la justificación de algunas personas ante sus impulsos deshumanizadores: "Fue instinto, somos animales". Y una se pregunta entonces por qué esos seres viven entonces en casas, o tienen trabajo, o utilizan un aseo para evacuar.
 


Y entonces, una se pregunta por qué se extraña alguien de que me sienta bien siendo diferente. ¿Es que acaso debo dejar de ser y sentir como ser humano para integrarme en la masa informe que se sigue generando?

viernes, 5 de octubre de 2012

SAYONARA, BABY

A nadie se le debe haber escapado la reflexión de marras. Llevamos unos añitos de recesión económica (vaya manía con llamarlo crisis, cuando quieren decir que estamos más jodidos aún) y pinta para largo. Algunos comentan que no saldremos de ésta hasta bien entrada la década de los veinte. Y es mucho, que nadie se engañe.

Por lo pronto, si ya andábamos escasos de infantes, y los que hay no auguran que nuestro país vaya a destacar por sus genios (dad un paseo y echad un vistazo a la fauna infantil española y me contáis si el panorama no es desolador), en el 2020 seremos un país envejecido y con escasos visos de cambiar. Obviamente, los que en estos tiempos se planteaban la posibilidad de sembrar la semillita y procrear, se lo piensan dos veces (y muchas más, creedme) antes de soltar al mundo otra criatura que engrose las listas del paro perpetuo.

Los infantes ya nacidos o producto de esos valientes que decidieron arriesgarse a la espera de tiempos mejores no parecen ser tampoco una panacea humanitaria. Un sistema educativo idiotizante y estimulador de la idiotez, que fabrica, produce y emite miles y miles y cientos de miles de futuros inútiles incapaces de valerse por sí mismos (¿ha intentado alguien hacer un cálculo exacto de idiotas por año? Pues imaginad esto hasta el 2020 y no creo que nadie se atreva a calcular) derivará en una era en la que los abueletes no tendrán más remedio que automedicarse antes de que les pille un "médico" generado por este sistema depauperado.

Añadiremos que esos abueletes, es decir, una menda entre muchos, sólo se podrán jubilar cuando ya la prótesis de cadera se haya quedado obsoleta. Tendremos una sociedad repleta de abuelos curritos, cansados de trabajar por un sueldo misérrimo y una pensión indigna, si no inexistente, aterrados por la posibilidad de ser atendidos por las generaciones posteriores, analfabetizadas por sistemas educativos vergonzosos y vergonzantes (ay, si el mundo abunda en bastardetes, imaginad la cantidad de bestezuelas que nos queda por asumir).

Preguntáis por sistemas financieros en esa época. No puedo responder si la prima de riesgo habrá subido, bajado o se habrá liado la manta y se habrá ido con su otro primo, el alemán, a comer chucrut y salchichas. Pero dudo mucho que la cuestión financiera esté del todo saldada en el 2020. De hecho, la primera imagen que me ha sobrevenido de nuestro querido país es el de una provincia europea venida a menos, que fue la princesita del baile, o eso creyó, y descubrió que acostarse con los otros príncipes no te garantiza un puesto relevante. A todo país se le cae el pecho con la edad y el nuestro es un país antiguo que no ha aprendido jamás esa lección.

En esa época, me temo, seguiremos tan imbéciles como ahora o más, pero en peores condiciones. Soy pesimista, diréis. No, no y no. Realista, que es peor.

lunes, 1 de octubre de 2012

ALGUNOS HOMBRES JUSTOS


A veces se tiene la fortuna de encontrarse con gente así. Son pequeñas joyas humanas, que pasan casi desapercibidas porque su heroísmo es rutinario, modesto.

No los veréis en la televisión, ni en prensa. Hablo de gente sencilla, cotidiana.

Su heroísmo está fundado sobre los pilares de la humildad, gente que hace el bien con sus gestos y su carácter.

En este caso hablaré de un hombre. Viene al caso porque, en estos tiempos en los que todo el mundo pide cambios, me es inevitable concluir en que el cambio debe provenir, en primer lugar, de cada persona, de cada ciudadano desde su propia conducta y forma de vivir y dirigirse al resto. Si cada uno actuara en su vida como el ejemplo que muestro, probablemente el mundo sería mucho mejor.

Desde niño tenía la habilidad de congeniar con cualquier persona. Muchos intentaban alterar su calma infinita, obteniendo, en su lugar, el mazazo del buen humor y del comentario inteligente que no sólo frustraba su propósito de airar, sino que provocaba que éstos se marcharan enojados al no haber logrado su objetivo.

Este hombre sencillo gusta de una vida sin estridencias, amando lo que el entorno dispone en sus manos, amando la naturaleza y respetando su belleza, defendiendo desde su criterio y su mirada limpia, que mantiene al niño que siempre fue, el ejercicio de la honestidad y transparencia, del trabajo y el tesón como fundamentos. No le veréis comprando en bazares objetos que ayudan a la destrucción de las tiendas de barrio, por ejemplo, ni sustentando las marcas que explotan a la infancia. Quizás no compre por consumir, sino por necesidad y con sensatez. Y si compra un capricho, no lo hace sobre las manos ensangrentadas de la esclavitud.

Tampoco le veréis ostentando su persona según sus posesiones o el coste de sus vestiduras, ni enloquecido por obtener el nuevo objeto de consumo a toda costa, ni viviendo su vida según lo dictado por la masa.

Disfruta de la vida como lo que es, sin los artificios de las dobleces y la hipocresía. Puedo permitirme ser concreta porque hablo de un hombre justo y honesto, conciliador y humilde, risueño pese a las adversidades y la fealdad que domina un mundo incoherente.

Siempre supo hacer frente desde la sensatez y su alto concepto de los valores que nos hacen humanos y nos diferencian de las bestias. Y no precisó de ser adiestrado, sino que los asumió siempre como algo inherente a la persona. Son valores que ejerce con naturalidad, de forma espontánea.

Hablo de un hombre que nunca pisó una universidad y maldita la falta, porque puede dar muchas lecciones en cualquiera de ellas acerca de ética y tantas cosas que ha aprendido por sí mismo, siempre inquieto, un niño grande que mantiene la inocencia, que no la ingenuidad. Lecciones sobre la tolerancia y el respeto, sobre la honradez y la humildad, sobre la sencillez y la autosuficiencia...

A veces he escuchado discursos de su voz que me han hecho sentir fascinación y orgullo, discursos que no podría enunciar un catedrático ni un filósofo, que dejan a su auditorio completamente rendido, porque su lógica y humanidad es aplastante, como sólo puede serlo el ejercicio de la sensatez y solidaridad más puras.

Porque su heroísmo es el de aquellos que son ante todo humanos, sobre cualquier interés o subterfugio.

Cómo no sentir orgullo de un hermano así. Cómo no desear que la mayoría de la gente fuera así.