miércoles, 24 de octubre de 2012

YO, HUMANO

Quizá fue producto de un exceso de vino, lo desconozco. La Historia no nos ha transmitido si el amigo Rousseau se encontraba a las puertas de una fonda cuando dijo eso de que el hombre es bueno por naturaleza.

La bondad y la maldad son términos que se han utilizado al instaurarse la sociedad como forma de vida en el ser humano, para definir los límites del libre albedrío y diferenciarnos del comportamiento instintivo e irracional del mundo animal.

En mi peculiar conceptualidad, el carácter bondadoso o maligno son identificados también por la dualidad de lo sano y lo insano, puesto que, en muchas ocasiones, lo malo para mí es bueno para otro. Sin embargo, hay aspectos que son indudablemente buenos/sanos o malos/insanos. El asesinato, por ejemplo.

Generalmente, esa caracterización, cuando la implantamos, suele depender del contexto en el que se genere o produzca el objeto. Un robo es malo, en principio, pero no es catalogado como tal si se trata de un hombre desesperado por el hambre de sus hijos que roba un trozo de pan. Al igual que una limosna a un pobre es bueno, pero no es tal si va acompañado de un gesto de desprecio.

Es todo muy relativo. Pero son circunstancias que no debería hacer falta matizar.

Todos somos conscientes de nuestros actos, exceptuando sujetos que padecen alguna patología que inhabilita la consciencia. No existe excusa para hacer el mal per se, por mero placer.

Nunca he sido especialmente amante de mi especie, por razones que se obvian en el día a día y que se reafirman con la lectura de la Historia Universal, ya no digo nada de la lectura de la prensa. Sin embargo soy capaz de apreciar que la degeneración del humano como ser humano social, que se ha producido especialmente en las últimas décadas y que tiene visos de convertirse en una catástrofe sin precedentes, sólo puede revertirse con un cambio profundo desde cada individuo en su forma de vivir, actuar, pensar.

Se precisa un cambio global desde la individualidad. El individuo es responsable de sus actos hacia sí mismo y hacia su entorno. Debe suscribir un pacto consigo mismo de esfuerzo por actuar con respeto hacia su persona y hacia los que le rodean. Ese pacto brilla por su ausencia y es fundamental para producir un cambio sustancial en una sociedad que se derrumba y aliena.

Y me pregunto, una vez llegada a esas conclusiones tan evidentes, si es posible que suceda. Dudo que yo vea ese cambio. Moriré mucho antes.

Dudo también que la generación que viene tras la mía lo vea también y temo que no sea factible hasta unas tres generaciones posteriores, por el daño irreparable de algunos sistemas educativos que se vienen padeciendo.

Pero es posible. El cambio empieza en uno mismo. ¿Por qué no hacerlo aunque nadie nos acompañe en ese largo camino?


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