lunes, 1 de octubre de 2012

ALGUNOS HOMBRES JUSTOS


A veces se tiene la fortuna de encontrarse con gente así. Son pequeñas joyas humanas, que pasan casi desapercibidas porque su heroísmo es rutinario, modesto.

No los veréis en la televisión, ni en prensa. Hablo de gente sencilla, cotidiana.

Su heroísmo está fundado sobre los pilares de la humildad, gente que hace el bien con sus gestos y su carácter.

En este caso hablaré de un hombre. Viene al caso porque, en estos tiempos en los que todo el mundo pide cambios, me es inevitable concluir en que el cambio debe provenir, en primer lugar, de cada persona, de cada ciudadano desde su propia conducta y forma de vivir y dirigirse al resto. Si cada uno actuara en su vida como el ejemplo que muestro, probablemente el mundo sería mucho mejor.

Desde niño tenía la habilidad de congeniar con cualquier persona. Muchos intentaban alterar su calma infinita, obteniendo, en su lugar, el mazazo del buen humor y del comentario inteligente que no sólo frustraba su propósito de airar, sino que provocaba que éstos se marcharan enojados al no haber logrado su objetivo.

Este hombre sencillo gusta de una vida sin estridencias, amando lo que el entorno dispone en sus manos, amando la naturaleza y respetando su belleza, defendiendo desde su criterio y su mirada limpia, que mantiene al niño que siempre fue, el ejercicio de la honestidad y transparencia, del trabajo y el tesón como fundamentos. No le veréis comprando en bazares objetos que ayudan a la destrucción de las tiendas de barrio, por ejemplo, ni sustentando las marcas que explotan a la infancia. Quizás no compre por consumir, sino por necesidad y con sensatez. Y si compra un capricho, no lo hace sobre las manos ensangrentadas de la esclavitud.

Tampoco le veréis ostentando su persona según sus posesiones o el coste de sus vestiduras, ni enloquecido por obtener el nuevo objeto de consumo a toda costa, ni viviendo su vida según lo dictado por la masa.

Disfruta de la vida como lo que es, sin los artificios de las dobleces y la hipocresía. Puedo permitirme ser concreta porque hablo de un hombre justo y honesto, conciliador y humilde, risueño pese a las adversidades y la fealdad que domina un mundo incoherente.

Siempre supo hacer frente desde la sensatez y su alto concepto de los valores que nos hacen humanos y nos diferencian de las bestias. Y no precisó de ser adiestrado, sino que los asumió siempre como algo inherente a la persona. Son valores que ejerce con naturalidad, de forma espontánea.

Hablo de un hombre que nunca pisó una universidad y maldita la falta, porque puede dar muchas lecciones en cualquiera de ellas acerca de ética y tantas cosas que ha aprendido por sí mismo, siempre inquieto, un niño grande que mantiene la inocencia, que no la ingenuidad. Lecciones sobre la tolerancia y el respeto, sobre la honradez y la humildad, sobre la sencillez y la autosuficiencia...

A veces he escuchado discursos de su voz que me han hecho sentir fascinación y orgullo, discursos que no podría enunciar un catedrático ni un filósofo, que dejan a su auditorio completamente rendido, porque su lógica y humanidad es aplastante, como sólo puede serlo el ejercicio de la sensatez y solidaridad más puras.

Porque su heroísmo es el de aquellos que son ante todo humanos, sobre cualquier interés o subterfugio.

Cómo no sentir orgullo de un hermano así. Cómo no desear que la mayoría de la gente fuera así.

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