domingo, 26 de agosto de 2012

EXPEDIENTE XY

El aburrimiento me llevó un día a darme de alta en una red social de chat, que se vende como un sitio para encontrar amistades. Por supuesto, siempre se entra a esos sitios con cierta desconfianza, pues no sería la primera vez que te envían incluso imágenes de gónadas más o menos deformes sin cruzar una palabra con una menda.

Me creé en principio un perfil completamente falso, con un alias cómico, Comadrejilla, una foto de una chica muy poco agraciada, calva, de estética punk-camionera (vale, he acuñado el término pero todos lo entendemos y no va con intenciones raras ni subliminales); la descripción de mis aficiones no le iba a la saga: todo falso y obviamente falso, es decir, que cualquiera que leyera los datos allí incluidos sabía que eran falsos, a no ser que padeciera de algún tipo de patología de la que yo ya no me hago responsable.

La cosa es que, debido a ello, sí hubo un par de casos de personas que quisieron mantener conversación, porque les hizo gracia y se ve que no buscaban un solomillo humano.

Un tiempo después, por razones que no vienen al caso, decidí variar y observar realmente qué pasa en esas páginas. Y la sorpresa fue mayúscula.

Cambié mi perfil, esta vez con datos reales e imagen real, de hecho, la que ilustra mi perfil habitual. Una foto, de hecho, que fue realizada con una intención ajena tanto a ese sitio como a ser expuesta como imagen de perfil, puesto que, como otra serie de fotos, su destino era y es un proyecto que estoy desarrollando. Pero al grano...

Teniendo en cuenta que dejaba clara mi intención de conocer y conversar tanto con hombres como con mujeres, ofreciendo única y exclusivamente amistad, esperaba un rechazo masculino o una insistencia indebida y una acogida de amistades femeninas de forma más cercana.

Nada más lejano a la realidad. Matizo que suelo llevarme mejor con varones que con féminas, quizá precisamente por la ausencia de esas segundas intenciones. Sin embargo, no esperaba lo que ocurrió.

Paradójicamente la mayoría, una amplia mayoría de hombres, se comportaron con un respeto sorprendente. Aquellos que buscaban algo más, no plantearon ningún problema al no obtenerlo, a excepción de algún caso, que siempre los hay, pero casi el cien por cien mostraron una conducta intachable. De hecho he de decir que he encontrado prometedoras amistades allí.

La reflexión me ha sobrevenido más por la actitud de ellas, de mis congéneres. Ni una. Bueno, una si tenemos en cuenta que eran una pareja, ya podéis imaginar buscando el qué.

Ninguna mujer. La cosa es que, según la mayoría de chicos con los que he tenido la oportunidad de conversar, hablan de ellas en términos que utilizábamos antaño nosotras para hablar de ellos. Ya sabéis, chicas: pasa de mí; me trata como a un trapo; tiene a unas cuántas más de comodín... Y así una retahíla infinita de frases tópicas demasiado reconocibles en la adolescencia, en esas conversaciones femeninas de grupo.

La cosa es que, viendo las imágenes que suben las chicas de sí mismas, tampoco debería haberme planteado muchos dilemas. Todos nos hemos enamorado alguna vez por la red con el consecuente batacazo al ver que tu gato era pardo como los demás y dado al engañoso juego del narcisismo (muy común; atentos a esas fotos de espejo de baño con teléfono en ristre; o la versión femenina de la foto desde el techo, para sacar el canalillo), pero los extremos a los que se está llegando ahora me han dejado bastante de piedra.

El amor ha muerto, queridos míos. Ahora todas quieren ser princesas, pero quieren al príncipe castrado.

No veas cómo está el patio. He decidido quedarme en puesto de reina (no quiero ser princesita, quita, quita), que puede quedarse tranquila a mirar las batallas desde la almena sin tener que rendir cuentas.

Como decía la canción, "malos tiempos para la lírica".

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