lunes, 27 de agosto de 2012

LA VECINA DEL OJÚ

Comienza un nuevo día. Los pajarillos revolotean y cantan suavemente entre los árboles que se desperezan con ojitos dormilones. Lejanos se escuchan los sonidos de la ciudad que despierta, mientras el silencio de la noche va disipándose despacio.

Idílico, ¿verdad? Bien... Sigo... Me había quedado en... a ver... Sí, la noche va disipándose despacio hasta que... "Ojú, mi arma, pero vá a desayuná ya o qué, ¿ein?".

Efectivamente, mi vecina ha despertado. Como la caja de Pandora, la mujer abre el ojo por la mañana y destapa la caja de pesadillas de todo habitante que la rodee. De hecho, incluso mi otro vecino, al otro lado de mi madriguera, anhela estrangularla y no porque tenga impulsos hedonistas extraños. Es una ensoñación extendida en el vecindario, temo.

No es de extrañar. Con su "Ojú" en la boca todo el maldito día, incrementado varios decibelios como una onda expansiva de tortura psicológica, ahí la tenemos repartiendo estridencia, ora por "er ai-fons que me regaló mi hijo, ojú el casharro", ora desde la terraza ("Mariiiii, ojú, shiquilla, viene a desayuná o qué"), ora desde las piscinas (creedme, es incansable) con su "Ojú, baja de una vé, hombre, que se enfría er agua, jaja qué jarte que tengo".

Lo peor del asunto es que piensa que tiene gracia, quizá al ver que la gente le sonríe, sin darse cuenta de que, probablemente, esa persona esté soñando despierta con que se mude en breve por pura piedad y altruismo.

Así que hoy, con los pajarillos revoloteando y cantando suavemente entre los árboles que se desperezaban con ojitos dormilones, el maldito "Ojú" volvió a destrozar un bello amanecer.

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