martes, 28 de agosto de 2012

LA PUÑETA DE PLATÓN



Tres añitos apenas y ya estaba perdida y platónicamente enamorada del Drácula de George Hamilton. Dibujé su retrato, bastante picassiano (honestidad ante todo, que tenía tres años; mira que os gusta exigir), en la solapa de un cuadernito que se cayó a trozos antes de que terminara de gastarlo con la mirada.

Sí, podéis reír. George Hamilton fue mi primer amor platónico, hasta que me dio la lucidez de los años y a él le dio la locura de la cirugía estética. Los que rían que observen la foto: estaba realmente macizo a pesar del medio kilo que, calculando a ojo, imagino lleva en el pelo. Pero puedo decir, treinta años después, que fue mi primer amor platónico. A ver qué diréis las y los que padecéis sueños húmedos con Justin Webos y más creciditos.

Al tema: George Hamilton en su versión draculina, visto actualmente, es más bien cutre, como todos estos mitos de la época vistos con el ojo implacable de los años.

Sin embargo, no puedo evitar pensar en la oleada actual de monstruos metrosexuales y afeminados que invaden el cine, la literatura, hasta la música. El monstruo tenía, antiguamente, un puntillo de erotismo morboso que atraía la parte más oscura femenina (no lo neguéis, bonicas, que si os tragáis y leéis el bodrio ese de True Blood es por algo; dudo mucho que sea por la calidad literaria o cinematográfica).

El problema que le veo al asunto es precisamente eso que he apuntado: han metrosexualizado al monstruo. El monstruo ahora no muerde, teme que se le rompa una uña o despeinarse y se le quite el efecto pasmado del tontaina de "Crepúscushit". No puedo imaginar a uno de esos pamplinas en un arrebato viril sin que se me escape una carcajada.

Y entonces me doy cuenta de que ese concepto "maripuri" del monstruo es debido al tan extendido de la "princesita". La princesita al uso, la del "Hello, Kitty", la que ha corrompido el concepto de gótico o tribu urbana, con esa tontería del movimiento "m-emo", las nuevas jevilongas (de uniforme jevi, pero que no han escuchado más que El Canto del Loco), y un largo etcétera de princesitas que aspiran a tener un florero con barba de varios días y el culo depilado (dios, o el pecho, no sé qué es peor) y ser, a su vez, floreritos encubiertos.

Vuelvo a mi George Hamilton, viril pero estiloso él, ahora anticuado, y visto con los ojos de los años, despojado de sexappeal en su incursión vampírica. Pero no dejo de pensar que el monstruo y su atracción fatal murieron años atrás. Hasta que los vampiros y los hombres-lobo comenzaron a preocuparse más del ph de su piel, y dejaron de asaltar alcobas para morder o devorar a muchachas asustadas, que no sabían lo que era un i-phone para contárselo a sus amigas por el whatsapp ("ois, tía, no te lo vas a creer, pero tengo a un tío super en mi cama, ¿qué hago?"), y que no necesitaban saberlo. De hecho eran tan listas que no se resistían más que lo justo para no ser tomadas por descocadas y poder decir que fue la capacidad hipnótica del monstruo la causa de su rendición.

Hay que ver cómo me joroban los amores platónicos las nuevas generaciones, cada vez más membrillos.

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