viernes, 7 de septiembre de 2012

BAILEMOS UN TWEET

Incluso la tos falsa de una madre, que significaba (no utilizo el presente porque no he vuelto a escuchar esa tos en las madres de hoy) que te autorizaba a aceptar la invitación a galletas de la vecina con un implícito "Sólo una" de corte militar, es más duradera que el efecto de un mensaje de eso que llaman Twitter.

Tweet, un trino y ni eso, es sólo una forma de piar brevemente .

Confieso que me empieza a gustar la cosa ésa, la del "tuiteo" y el "feisbuc". Ambas plataformas de éxito brutal, mayoritariamente usuarios coincidentes y, no obstante, impulsos, al menos en mi caso, diametralmente opuestos.

El Twitter saca mi faceta más sarcástica, como si un dedito molesto hurgase hasta encontrar ese botón que abre las compuertas que liberan ríos de bilis. El Facebook parece incitarme a contener más esa mala baba.

Claro, una servidora no puede reprimirse y analiza hasta que llega a una serie de conclusiones que han resultado ser bastante inquietantes. El Facebook facilita el aislamiento o, mejor dicho, la comunicación controlada. Allí es relativamente fácil sustraerse de la acción perniciosa de los que campan alegremente por Twitter, cuyos comentarios y frases te persiguen, no permiten que escapes del efecto de su lectura.

Me explico: Twitter es un contenedor de frases de genialidad irrefutable, que nada tienen que envidiar a los pensamientos de cualquier autor clásico, mezcladas en un batiburrillo con sentencias cargadas de mala leche, con cierta gracia, y afirmaciones adolescentes, que son observables en criaturas que superan la treintena.

He emprendido una batalla campal metafórica contra Justin Bieber, en mi jerga el Justino de los Webers, que ya representa un símbolo de esa caterva infernal que viene tras mi generación apuntando malas maneras, tontería a raudales y actitudes narcisistas inagotables. Y eso que mi generación no es precisamente una corte de angelitos, pero, al menos, nos enseñaron a escribir y a leer, se le haya sacado provecho o no.

La fauna twittera de la que hablo es tan incapaz de condensar un pensamiento con sentido en esos escasos caracteres, que muchos se limitan a pregonar su amor por la choni o poligonero de turno o famosete de tres al cuarto, pensando, quizá, que con ese grito chorra repleto de faltas de ortografía el Justino o Justina van a caer rendiditos a los pies de su ordenador. Inquieta darse cuenta de que, en el caso de la fauna cañí, es más que probable que así sea, que esa choni vea esa declaración de amor pixelado por un electromancebo, que en el "pío, pío" anterior manifestaba "SimañanaseAcabaseelMundo sería el mayor violador de la historia" (frase real, me temo), y caiga rendida y desmayada a golpe de "aifon", con tecleo frenético y cargado de hormonas incluido.

Inquieta. Como lo hace observar que, personas como yo, destilamos bilis en esas otras sentencias paridas de la desidia que generan los amantes de polígono y lata humana en conserva.

He descubierto que Twitter es un campo de concentración de almas. Una máquina que devora palabras necesarias, que reduce tanto el mensaje que nos convierte en robots, autómatas de consumo rápido. Una frase tan condensada, si careces de recursos lingüísticos, pierde todo el significado del que se le quiso dotar cuando nació.

Si a ello añadimos la escasa capacidad analítica del receptor del mensaje, que es notorio en esta plataforma, el significado ya ha sido tan tergiversado y prostituido que es casi imposible la existencia de un diálogo real.

De esta forma, contemplo a diario intercambios de frases lapidarias, unas veces, simple y llanamente imbéciles, otras, en los que nadie se comunica en realidad y maldita la falta que hace. Sin embargo, y a pesar de todo, de ahí nacen relaciones que, imagino, tienen descendencia.

Esta gente procrea. Procrea, repito. Y entonces la inquietud va dejando paso a una carga de bilis que desprender. Ni pensión, pues se la han gastado antes incluso de haber terminado de pagarla a los jubilados actuales, ni servicios asistenciales de calidad (con que sepan medir la fiebre me conformaría), me auguran una tercera edad que me reafirma en ese consejo twittero, cargado de impotencia, que di a un amigo jovenzuelo, perteneciente a un escaso grupo que aún puede ser la esperanza, y que venía a ser tal que así: " bla bla bla... Ahora en serio. Los tíos inteligentes, empezad a fecundar chonis, a ver si así se salva la especie".


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