domingo, 30 de septiembre de 2012

LA CALMA PRECEDE A LA LOCURA

Si el ser humano padece una dolencia grave y peligrosa, ésa es la de la generalización. Una tendencia a pensar en términos de absolutismo nos define y, a pesar de que en algunos casos la obviedad convierte en definitivas algunas conclusiones, en la mayoría de ellos no es así, cayendo en múltiples riesgos que, normalmente, no son medidos con antelación.

En el marco de una semana especialmente tensa, se agradece el desarrollo de unas manifestaciones multitudinarias y pacíficas (aunque concluyeran de forma violenta). Sin embargo, queda la sensación amarga de que muchos sectores se están radicalizando sin calcular las terribles consecuencias que pueden provocar.

Ni todos los manifestantes son violentos radicales ni todos los policías agreden sin miramientos. Me atrevo a ser tajante, incluso, en que ni la mayoría de unos ni la mayoría de los otros son partidarios ni ejercen la violencia.

La violencia no debe ser una herramienta, ni siquiera un elemento de debate. La locura de justificar su uso según los objetivos me parece, aparte de una incoherencia (es decir, nos parece mal su uso en guerras, pero algunas personas la justifican como forma de revolución; no lo entiendo ni lo comparto),  de una necedad brutal.

¿Se ha detenido alguien a pensar en las consecuencias? ¿Es que acaso el uso de la violencia va a mejorar nuestras condiciones de vida? ¿Qué derechos, aparte del derecho a temblar, puede garantizarnos una revolución violenta?

A estas alturas, voy viendo que muchas personas consideran un juego o un ejercicio de desfogue el enfrentamiento callejero, sin detenerse a pensar en que sus actos arrastran el destino de millones de personas que sólo quieren cambios justos para vivir en paz y seguridad.

Puedo decir que me representan las personas de bien, que buscan soluciones sensatas y de forma pacífica. Pero el que vuelca un contenedor o arroja piedras no me representa en absoluto. Como tampoco me representa la casta política de este país penoso que no hace más que mostrar el grado de patetismo de sus instituciones y sus habitantes, y no en su mayoría, sino en una minoría ruidosa y estridente que acalla las voces que quieren paz.

Porque esa minoría debe darse cuenta de que la gran mayoría de personas que se han manifestado estos días han acudido y se han mostrado pacíficos. Así como la mayoría de agentes de la ley (dudo mucho que la mayoría de ellos se haya lanzado porra en ristre a repartir). De hecho, estoy más que segura de que la mayoría de agentes de todo el país tiene mucho de qué quejarse de la situación actual y lo hace.

Entonces me pregunto si es que somos tan imbéciles, a pesar de tener el referente histórico de una guerra civil deleznable e ignominiosa, seguida de una dictadura brutal (¿cómo es posible que vea a gente comentar que estamos peor que con Franco? ¿cómo se puede ser tan sinvergüenza e imbécil?), como para reiterar una época que sólo traerá miseria y sufrimiento.

¿Acaso somos tan imbéciles, tanto desde el pueblo como desde la casta política, como para no detenernos y llegar a un acuerdo justo para la ciudadanía? ¿Es tan valioso Don  Euro como para pensar antes en los bienes personales que en el bienestar de una sociedad entera?

Vivamos en paz, aplaquemos el ruido y la ira. El odio sólo genera más odio. Pero nunca proporciona soluciones efectivas e indoloras.


No hay comentarios:

Publicar un comentario