miércoles, 26 de septiembre de 2012

MALOS TIEMPOS PARA LA LÍRICA

Lo cierto es que, con toda probabilidad, no haga más que incrementar mi lista de amigos, todo dicho con cierta ironía. Y tristeza, para qué negarlo.

Corren tiempos turbulentos y complejos, que denotan la llegada de una era que ha culminado con lo que en España se ha denominado transición democrática (sea cual sea el significado actual de ese término). El malestar popular ha derivado en una especie de carrera de pollos sin cabeza: la impaciencia predomina entre la población, entre la casta política, entre los medios de comunicación... Existe una tendencia tan alarmista que se está generando inquietud y miedo cerval.

En mi opinión, y digo bien, mi opinión, que no deja de ser una opinión más dentro de todas las que surgen en estos tiempos, se pueden producir cambios desde las propias instituciones, de forma consensuada, de forma eficaz, si la gente se compromete de verdad y sin necesidad de actitudes coercitivas.

Lamento profundamente tener que decir esto, pero, en mi modesta opinión, ciertas actitudes tanto del pueblo como del Estado son coercitivas. Ayer se pasaron por el forro de los bajos, tanto unos como otros, la Constitución española y el Código Penal.

Ayer fue un día triste y penoso más entre tantos que se pueden ir observando desde hace tiempo en nuestro país. La imagen quizá más patética fue la de ese enfrentamiento entre unos y otros, ciudadanos al fin y al cabo, perdiendo los papeles en las calles. Me da igual quien empezó. Ese tipo de cuestiones es típico de los patios de colegio.

Lo crucial, lo relevante es pensar que, en pleno siglo XXI, en plena Europa, sucedan ese tipo de escenas. La reflexión que deberíamos hacernos todos, desde el más humilde trabajador hasta el más alto cargo político, es si merece la pena llegar a extremos que no se veían con tanta nitidez desde tiempos en los que las fuerzas de seguridad vestían de gris y las causas estaban, en mi opinión, más justificadas.

No se puede destruir para construir cuando hablamos de un sistema que afecta a millones de personas, por la simple razón de que, durante ese intervalo en el que se llega a la nada absoluta, esos millones se quedan en un limbo que, conociendo la trayectoria lamentable de este país en el que las envidias, traiciones y otros malos sentimientos campan a sus anchas, el primer dictadorzuelo de tres al cuarto, sea cual fuere su ideología, aprovecharía para erigirse como profético salvador de nuestras miserias.

Sin embargo, desde el amparo, por muy escaso que sea, de nuestra malograda Constitución, sí se pueden ir modificando las cosas gradualmente para bienestar de todos. Basta que la gente de buena fe asuma el compromiso de firmar y solicitar. Y basta que los políticos de nuestro país asuman que es necesario llevar a cabo ciertos cambios que garanticen la transparencia, la equidad y, sobre todo, la tolerancia.

Falta compromiso de unos y de otros. Nadie es santo de mi devoción. Es hora ya de que términos obsoletos y rancios como izquierda, derecha, comunismos, fascismo, y todos esos -ismos con tufillo a dictadura queden zanjados.

Es tan sencillo como que se solicite, si no la creación de una nueva constitución más acorde a nuestros tiempos, sí una revisión importante de la que llevamos arrastrando desde hace más de treinta años, que tuvo su utilidad en una época de transición, pero ha quedado obsoleta.

Y tras esa solicitud, se precisa el compromiso de la casta política y jurídica (de la financiera, mediática, etc, ya se hablaría después) para llevar a cabo con sensatez, justicia, equidad, la creación de esa constitución realmente democrática y consensuada.

Se precisa diálogo y tolerancia, dejando a un lado todas las rencillas necias que no hacen más que dañar aún más la situación complicada que vivimos.

Es lo que se echa en falta. Es la gran razón por la que ayer fue un día aciago.

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