jueves, 20 de septiembre de 2012

EL ECCE HOMO O LA SENECTUD DESVERGONZADA

El día ha amanecido nublado y me tendría que haber olfateado la tormenta.

Hace un tiempecillo, saltó la noticia de la abuela que se cargó un cuadro del Ecce Homo. Los medios de comunicación alimentaron la visión del asunto como una gracia. Pobre mujer, afligida y asustada, la reacción más lógica que puede experimentar quien destruye una obra de arte, no osaba más que a balbucear su arrepentimiento y temor.

Repito, la reacción lógica fue la suya, en ese momento. Otra cosa ha sido la estupidez que se ha propagado allende las fronteras de este país cateto llamado España y que no contagia a otros más que pandereta y gilipollez llevados al extremo (¿qué se podía esperar tras la Macarena y el baile de memos que suscitó?).

La cosa está en que miles de tarados han iniciado un peregrinaje para visitar la tontería suprema y dejan una limosnilla en el lugar (qué menos que pagar para expiar la gilipollez; les honra), pero los familiares de esta abuela ya han olfateado los dineros y, a pesar de que ninguno de ellos salió en los medios al lado de esta mujer cuando aparecía temerosa y arrepentida, ahora buscan cobrar los derechos de autor.

No se puede tener menos vergüenza.

No me explico cómo es posible que no se le hayan pedido ya responsabilidades por el desaguisado. He imaginado que por mera compasión de una anciana. Sin embargo, la edad no forja ningún santo, al menos no en este país.

De hecho, somos expertos en forjar sinvergüenzas, ladrones, corruptos, y, en este caso, a la vista de cualquiera está.

Pero voy más allá y pienso en las dimensiones que ha alcanzado un tema que debería ser meramente anecdótico o, como mucho, una gracieta temporal. Esas peregrinaciones para "contemplar" la chapuza imperdonable de una mujer que se ha arrogado el derecho de restaurar una obra de arte. ¿Se puede ser más patético? ¿Se puede ser más idiota?

Sí, efectivamente, amiguitos míos del alma, se puede y, ojo avizor, que la cosa promete y temo que mi capacidad de asombro no ha alcanzado aún su límite.

Porque lo más dramático de todo este asunto es que muchos que, quejumbrosos, protestan por la corrupción y el latrocinio generalizado de nuestra amadísima casta política, pronto llenarán sus bocazas de apoyo acérrimo a las reclamaciones de la abuela jeta y sus familiares misteriosamente aparecidos.

Tenemos lo que merecemos.

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